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Estancia de Jesús María - Museo Jesuítico Nacional

La historia del Negrito Sacristán y las campanas

El joven que marcaba las horas en la Estancia de Jesús María

En tiempos de los Jesuitas, las ceremonias religiosas debían realizarse  todos los días de trabajo luego de la oración, mientras que en los días festivos se debía excusar de cualquier trabajo o faena a todos los vecinos y gente de la estancia.

 El adoctrinamiento cristiano era una especial preocupación: debía cumplirse tres veces por semana: una el domingo, después de la misa, donde el padre debía hablar exhortando a la virtud y a la observancia de los mandamientos y la devoción a la Virgen. Las otras dos se llevaban a cabo miércoles y viernes por la noche, donde debía explicarse la doctrina. De esto no debían excusarse ni los enfermos, ya que no se quería que murieran sin conocer los misterios de la fe.

Las Ave Marías y las Animas se tocaban todas las noches desde la espadaña, que era un muro vertical, plano, con vanos para las campanas. Su función era llamar a los fieles a misa en aquellas iglesias que no contaban con un presupuesto suficiente para afrontar el costo de un campanario.

La espadaña de Jesús María está construida con ladrillo y piedra, en el contrafrente de la Iglesia, sobre un muro adosado al templo. Quien se encargaba de llamar a los fieles, era un muchacho al servicio del sacerdote, al que los documentos refieren simplemente como “el negrito sacristán”.

Al parecer, su tarea se complicaba en el día a día, porque para hacer sonar las campanas debía dar vuelta al casco de la estancia, literalmente. Y en ese recorrido tenía que salir de la sacristía, cruzar la nave de la iglesia, rodear el muro del patio, cruzar los lagares, girar en la huerta y caminar otro tanto hasta llegar a la espadaña. Allí debía montar una escalera y finalmente, después de tanto trajín, podía hacer sonar las campanas con prisa y sin calma (¡y sin entretenerse a conversar con algún otro esclavizado o algún indio conchabado!).

Este trabajo lo tenía a mal traer: los tiempos no eran tan veloces como hoy, es cierto, pero la tarea del negrito sacristán era justamente marcar esos tiempos para toda la gente de la estancia. Y a veces, no llegaba “a tiempo”, tocaba tarde las campanas con lo cual el comienzo del trabajo se retrasaba porque nadie podía ir al campo sin ir a misa antes.

En 1721 el Padre Provincial José de Aguirre, en su visita a la Estancia de Jesús María, recomendó que se construyera una escalera para acceder desde la sacristía a la espadaña, en solo una veintena de escalones, ya sin la necesidad de rodear la Estancia para hacer tañir las campanas a la hora de la misa. Las palabras del  P.P. Aguirre son claras: esto era para evitar “los inconvenientes que pueda haber en que el negrito sacristán salga fuera muy de mañana para tocar a  las Ave Marías, y de noche â las animas se hará una escalera para las campanas en el aposento del rincón con una tribuna para la Iglesia.[1]”

De este muchacho que marcaba las horas, no tenemos demasiados datos. Su nombre se perdió entre las páginas del tiempo que no pudo marcar. Sin embargo, imaginamos que esta escalera simplificó mucho su trabajo, permitiendo que los oficios religiosos se cumplieran como era debido. Tampoco sabemos qué hizo con ese tiempo libre, pero también podemos imaginar que ahora sí podía entretenerse a conversar con más calma y menos prisa.

[1] Archivo General de la Nación, Sala IX, Compañía de Jesús, Legajo 3. Memorial del Padre Provincial Joseph de Aguirre en la visita de 14 de Septiembre de 1721 para la Estancia de Jesús María. Folio 1r.