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Estancia de Jesús María - Museo Jesuítico Nacional

Sinsacate. Posta de correo en el norte cordobés

La Posta de Sinsacate lleva más de tres siglos recibiendo a sus visitantes a la orilla del Camino Real, aquel que fuera la columna vertebral de la América Hispana, uniendo las capitales y principales ciudades del Virreinato del Perú y el del Río de la Plata, haciendo un recorrido muy parecido al que hoy hace la Ruta 9.

En sus mejores épocas, más de 4000 carretas paraban en La Posta año a año para abastecerse en medio de marchas intensas, tapados por el polvo del camino. Cansados. Con sed, con hambre y con la necesidad de descansar durante la noche en algún lugar que no estuviera tan a la buena de Dios... porque dormir en el medio del Camino Real era exponerse a bandoleros, malones de indios, ¡pumas! Era necesario que la noche los cobijara en algún refugio, o en la mejor de las postas. Aquí, en Sinsacate podían recambiar sus animales, arreglar sus carruajes, refrescarse, alimentarse, descansar y, especialmente, informarse para saber cómo seguir por este camino.

Su primer propietario, Juan Jacinto Figueroa, era considerado un hombre de labor y orden, con algo de ambición pero con mucho espíritu. El construyó,  a la vera del camino y sobre la loma que dominaba el terreno, estas paredes de piedra y adobe con, pisos de ladrillos, techos de caña y tejas, y maderas de algarrobo labradas a fuerza de hachazos.

En pocos años agregó las acequias y un tajamar. Instaló un molino hidráulico, el primero de la región y sumó un almacén bien surtido para los viajeros. Frente a la casa dejó el espacio para ubicar una huerta bien nutrida con árboles frutales, regados por un abundante caudal de agua permanente, a la sombra de álamos y sauces llorones.

Por esos años la Posta de Sinsacate se convirtió en la más grande que tenía el Camino Real de Córdoba hacia el norte. Claro que no era la única, había postas cada 40 o 50km, pero la mayoría de ellas eran de una o dos habitaciones, con paredes de adobe, techos de paja. Todas construcciones muy provisorias, tan provisorias que son verdaderamente pocas las postas que han sobrevivido hasta hoy.

Eran tiempos donde el medio de transporte más veloz era el Caballo y la posta cumplía una función muy parecida a la que hoy cumplen las Estaciones de Servicio al costado de las rutas. Así estuvo durante mucho más de un siglo, hasta que el Ferrocarril comenzó a extenderse casi paralelo al Camino, acaparando toda la carga que antes transportaban esas cuatro mil carretas. De a poco, las postas comenzaron a perder su protagonismo y muchas fueron cerrando y desapareciendo.

Podrán imaginarse cuántas cosas pasaron en esas habitaciones a lo largo de tres siglos. Recorrer sus salas es meterse en la historia y revivir un tiempo muy diferente al nuestro, un tiempo donde las horas corrían distinto y las distancias no se calculaban en kilómetros, sino en días.